La continua búsqueda de nuevas terapias seguras y eficaces requiere de alternativas al desarrollo de fármacos distintas a las de los últimos 50 años

Organoides, microingeniería, bioingeniería... Son términos que hasta hace no mucho sonaban a ciencia ficción, pero que hoy ya son una realidad en los laboratorios. Mientras unos emplean estas herramientas para ampliar la comprensión sobre la biología y funcionalidad de cada una de las partes que conforman un órgano, otros los usan para crear fármacos que solucionen sus disfuncionalidades. O, lo que es lo mismo, que curen enfermedades.

¿Cómo? Imaginemos un mundo diminuto, de apenas un milímetro cuadrado o,como mucho, dos. Donde todo se mide en micras. Un miniespacio -mejor dicho, microambiente- dedicado a la reproducción de tejidos y células humanas de una zona concreta del cuerpo. Por ejemplo, el intestino. «Recreamos la arquitectura de una ubicación. Con células madre conseguimos desarrollar las vellosidades de la cavidad, la rugosidad de sus paredes», detalla José Luis García Cordero, bioingeniero.

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